Frecuente es oír a un ceñudo padre de familia exigir a sus
hijos que se “muevan”, que se “apuren”, que “coman todo”.
Frecuente se hace ver como el poder se impone en pequeños
infantes cuando la inseguridad campea en los progenitores.
Medida de discordia es convertir a la prole en instrumentos
de poder ante nosotros mismos.
Los hijos siempre son las víctimas de padres que no soportan
su misma condición de insolvencia social, conyugal, personal.
Madres que no pueden encontrar el aliciente en sus vidas lo
encuentran generando poder ante sus ojos con sus vástagos.
Personas que han llegado o manejan el ser papás solamente
tratando de obtener el poder que ello, en su mente y en la sociedad, conlleva.
Toda forma de explotación psicológica de los hijos en bien
de la propia personalidad es un acto de agresión.
Conocer la propia nadidad puede influir en los padres para
dejar de maltratar a sus frutos.
Sorprenderse a sí mismo “imponiendo” autoridad abusiva con
los suyos forma parte de la propia liberación.
Ese “imponer” manifestándose en los hijos niños como
apremios, castigos innecesarios, coacciones burdas; manifestándose en los hijos
adolescentes como improperios, encierros, burlas, intimidación; manifestándose
en los hijos adultos como culpas, resentimientos, manipulación; es la
decantación del mínimo esfuerzo por ser papá o mamá; es toda forma de
inconformidad con la propia realidad, inconformidad con la propia existencia,
inseguridad de mantenerse a flote.
La mejor forma de hundirse es tratar de mantenerse a flote.
No existe otra causa para llegar al fondo del abismo.
El error solo puede engendrar error.
Sencillamente la persona padre de familia, convertirse en
guía debería, pero un ciego no podría hacerlo.
Ver y observar las profundidades de nuestro accionar nos
conducirán hacia la estabilidad que el mismo defecto buscador, jamás hallaría.
Atentamente
Erick Bojorque Pazmiño